lunes, 28 de enero de 2008

Como dos pedacitos de mar

Por ahora prefiero comer panqueques.

Porque son ricos, sí.

Porque el dulce de leche chorrea y siempre cae un poco en el piso.

O en la mesa. O entre los dedos.

Ayer pasó por mi casa.


No lo soporto, prefiero comer panqueques.

Me dijo que me extrañaba.

No le creo, yo prefiero calentar la sartén y ver cómo se derrite la manteca.
Pobre manteca, ella no sabía cómo iba a terminar.
En manteca derretida, muerta apuñalada y muerta quemada viva.

Me dijo “te juro”.

Yo le creí la primera vez ¡Tenía unos ojos tan azules!

- y yo creía que los ojos azules no podían mentir.

Una vez que la manteca se derritió hay que echar la mezcla.

La mezcla siempre me queda demasiado espesa.

Como si estuviera enojada. O deprimida, sola en su sangre densa y fría.

Le cerré la puerta en la cara.

Después lloré y lo espié a través de la ventana mientras se iba.

Parecía triste.

Una vez que la masa está cocida es muy importante echarle el dulce de leche ahí mismo, cuando la sartén todavía está caliente. Así, el dulce de leche se derrite, como si llorara- la catarsis del dulce de leche es fundamental para que los panqueques salgan ricos.

Pasaron unos días y lo llamé.
Me acordaba de sus ojos azules. Solo en eso pensaba cuando lo llamé. Como dos pedacitos de mar, Yo me metía adentro, barrenaba las olas y era feliz.

Ahora sí, el panqueque está listo.
Crujiente, caliente y chorreante.

El mar está ahora lejos.

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