lunes, 29 de octubre de 2007

z z z

Me despierto y no sé dónde estoy, qué hora es, ni qué tengo que hacer. Es un momento de confusión absoluta. Dura un segundo pero la sensación de pánico que deja puede durar varias horas. Así son las siestas imprevistas. Te asaltan por sorpresa y cuando te despertás no entendés si tenés que ir a trabajar, si es sábado, o domingo. Estás llegando tarde a algún lado. Mierda, ¿a dónder? Despertarse sobresaltado. Darse cuenta de que te quedaste dormido y que ya casi son las 9 de la noche (con suerte). El malhumor de saber que esa noche no te vas a poder dormir hasta muy tarde. Estás aturdido. Las luces de tungsteno son tétricas, y la tranquilidad de esa hora despierta sospechas inquietantes ¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar donde respiro y camino? Tengo responsabilidades, ¿qué invento tan ridículo y vacío es ese? ¿Para qué? No tendría que haberme despertado nunca de esa siesta, eso pensás. Ojalá la siesta hubiera durado eternamente, inconsciente, oscura y en paz.