conocí
la boca más grande del mundo,
la sonrisa de un astronauta recién llegado del espacio y
los ojos profundos de un filósofo sentado al borde del mar.
No pude ver el torso de Hércules,
ni tocar los muslos del David.
Me imaginé, sin embargo,
el mármol liso.
Como una sandia roja,
líquida por dentro.
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